LA MELANCOLIA DE DANIELÍ
Llovía en Sydney. Llovía tanto que se filtraba agua por la ventana de
la habitación y ya se había formado un charco que se acercaba peligrosamente
hasta el minifridge. Danielí lo observaba crecer desde su cama aturdido por el
ruido de las gotas contra el vidrio. El día anterior había sido caluroso y
soleado, un perfecto día primaveral, pero hoy había tormenta y frío. En algunos
lugares de la ciudad caía granizo y a pocos kilómetros, en las Blue Mountains
nevaba muy atípicamente. Por supuesto a Danielí nada de esto le preocupaba ni
le sorprendía... de joven no lo había notado, pero ahora era muy consciente de
su capacidad de afectar el clima con su estado de ánimo. Era un misterio sobre
natural, un don divino o una mutación X-men inexplicable… pero de todas formas
no servía ninguna utilidad ya que por más que el estado de ánimo de uno
controle el clima uno difícilmente puede controlar su propio estado de ánimo.
Así que Danielí miraba el charco crecer con su mejilla aplastada en el
colchón y su consciencia perdida en una olla de pensamientos obscuros. Y se
preguntaba qué hacía ahí en esa habitación, en esa ciudad, en ese país-isla…
tan lejos de todo. Tan lejos de su mundo, que tantos años le había llevado
construir. Por supuesto los últimos años de ese mundo le habían parecido muy
grises y absurdos lo cual lo había llevado a dejarlo atrás, pero ahora
recordaba sólo esas perlas de colores que flotaban en la sopa de rutina
lúgubre. Y recordaba esa perla que hacía que todo el plato oliera delicioso a
pesar de las intermitentes burbujas de putrefacción: Maicol. Esa persona que
hacía que todo pareciera más lindo cuando estaba cerca. Esa persona que
intentaba cambiarle la cara de depresión con todas sus tretas y que solo por
intentarlo ya daba resultados. Maicol era la única medicina para la depresión.
El problema era que era una medicina de corto efecto y a penas se volvía a su
casa, la película volvía a tornarse en blanco y negro.
Y ahora ya no había medicina… Maicol estaba en Argentina, haciendo su
vida nueva. Danielí estaba en Australia, intentando germinar una propia. Pero
Danielí, que siempre había creído que era bueno en todo y que cualquier desafío
que se propusiera lo podía cumplir, había descubierto en este viaje que toda su
fortaleza no era suya propia. Había estado tomando fuerza prestada de sus
afectos y no había notado que sus reservas propias se agotaban. Y ahora estaba
sólo, sin la energía de sus seres queridos (que se diluía con la distancia a
pesar de la fuerza con que se la enviaban) y sin energía propia tampoco. Y esto sí le preocupaba… se preguntaba cuánto
tiempo podría funcionar su cuerpo así vacío. Vacío de sentido, vacío de
energía, vacío de amor. Se preguntaba si su única esperanza sería la de
encontrar a alguien que recargue sus ganas de existir, un nuevo amor, alguien
tal vez con más potencia incluso que Maicol, que pudiera forzar sonrisas en su
rostro aunque él estuviera empecinado en sentirse triste y miserable. Y
calculaba las probabilidades de que este encuentro sucediera, teniendo en
cuenta variables absurdas como la frialdad de la cultura anglosajona, los
tiempos de incubación de una amistad y de un amor, los años que había tardado
en permitirse enamorarse y en encontrar a Maicol queriendo permitirse lo mismo…
y las chances eran muy pocas… un panorama muy desesperanzador que lo alentaba
peligrosamente a darse por vencido. Sus argumentos, claramente, eran
completamente absurdos e inventados, pero su mente emocional estaba
completamente convencida de que la vida ya no tenía sentido y si su mente
racional concluía lo mismo aunque fuera en base a premisas erróneas, el
resultado podía ser catastrófico. Felizmente, Danielí conocía a sus mentes e
intentaba calmarlas lo mejor posible. Regañaba constantemente a Emocional por
sus berrinches autodestructivos y le tenía prohibido a Racional tener diálogo
con ella ya que en esta situación era muy mala influencia. Creía tener todo
bajo control… e intentaba evitar que sus mentes se dieran cuenta que en verdad
temía que Racional decidiera tirar todo por la ventana con argumentos bien
lógicos como “Ponele que vivas 30 años más… 40 si somos generosos… y teniendo
en cuenta que cuando uno es más viejo cada vez es más difícil hacer amistades y
relaciones profundas… y teniendo en cuenta tu particular dificultad para
relacionarte así con otros seres humanos… y teniendo en cuenta que este trauma
de la separación te va a dejar con el síndrome de -el que se quema con leche…-
… Y teniendo en cuenta que ya todo lo que viviste te pareció peor que tu niñez,
los años dorados, y que todo lo que viene no va a ser mucho mejor… si no más
bien peor… por el deterioro corporal y acuadramiento
neuronal ((es un término científico que acabo de inventar)).. Y bueh, encima
ahora se te ocurrió irte a la mierda y estar sólo en otro país… ¿Qué querés que
te diga Danielí? Estas jodido… yo en este caso recomendaría o bien destrucción
instantánea o bien destrucción retardada, en dosis semanales de drogas y
alcohol y experiencias peligrosas extremas… Así con este diagnóstico no te
puedo recomendar reconstrucción, disculpame que te sea tan franco che… pero
estás jodido posta…”
Y Danielí temía ese diagnóstico… que todavía su mente Racional no había
dado… pero que al menos ya lo había pronunciado… y no sólo eso… lo había puesto
por escrito en su propio cuento. Claro… esto era tranquilizador… porque si
estaba en el cuento era ficción… y si era ficción era un juego, podíamos
reírnos del tema, era algo triste, sí, pero no tan serio che! Son pavadas
melodramáticas nomás… Si uno puede reírse un poco de lo que le pasa… eso es un
primer paso para superarlo y tomarlo un poco en chiste pone distancia y lo
vuelve menos real… ¿no?... El problema es que Danielí sabía que la ficción y
los chistes en su vida a menudo eran más reales que la realidad misma… Era su
forma de afrontar las cosas… ficcionalizarlas, hacerlas comedia… pero en la
comedia se perdía su persona real… Las cosas empezaban como un juego y
terminaban siendo realidades concretas… Un día empezó el juego de “a ver si me
gustan los chicos” y al principio era en chiste… después era en chiste para los
otros pero ya no para Danielí mismo… y después ya era una realidad irrevocable…
Un día su nombre era un chiste y podía cambiárselo por capricho y de pronto su
nuevo nombre inventado era su nombre oficial aceptado por todos… Un día jugaba a tener poderes sobre naturales… y al
otro el clima cambiaba literalmente con sus variaciones temperamentales. Pero
Danielí distinguía bien la diferencia entre lo real y lo irreal… todavía no era
esquizofrénico… a veces fantaseaba que lo sería cuando fuera un viejo, incluso
sabía que su tío-abuelo había padecido la enfermedad y que esta era a menudo
hereditaria… Pero no… Danielí estaba sano mentalmente… todas sus preocupaciones
sobre sus neurosis eran simplemente paranoia… pero una paranoia no-neurótica…
normal… perfectamente controlada… Danielí siempre tenía el control, incluso en
las situaciones donde a la mayoría de la gente le cuesta mantener la sangre
fría. Danielí había aprendido a ser robot desde muy pequeño y tenía mucha
experiencia en ello. Su programación era férrea y muy confiable. Controlada.
Si no hubiera sido por ese virus… Maicol.
Y la historia no avanzaba… Las palabras se acumulaban pero Danielí
seguía ahí en la cama con la mirada perdida, fija en el charco que avanzaba. Y
si el tiempo fuera lineal el charco ya debería haber llenado toda la
habitación, y Danielí estaría flotando muy cerca del techo… Pero el tiempo pasa
como se le ocurre… y esos miles de años fueron solo algunas horas y el charco
ya no crecía porque ya no llovía más. El frío iba a seguir, probablemente por
varios días, y también iba a seguir la lluvia pero intermitente y mucho más
dócil. Y Danielí se iba a dormir y al otro día iba a ir a trabajar con su
tristeza escondida en la mochila esperando pacientemente para salir en momentos
inesperados. Le divertía hacer apariciones en la oficina, humedecerle los ojos
estando frente a sus compañeros de trabajo… le encantaba desfilar desnuda por
las noches y seguramente hacía apuestas con otras tristezas del estilo de “A
que puedo mantenerlo hasta las tres aunque ya viene mal dormido hace seis días”…
Era sádica… pero divertida… y Danielí, aunque odiara admitirlo, se había
encariñado con ella… eran amigos. Y ahora no podía dejarla ir tan fácil… porque
era la única conexión que tenía con Maicol… si dejaba de sentirse triste, ¿entonces
qué? ¿qué tenía? Nada… estar triste por Maicol lo ayudaba a definirse un poco…
¿Qué estás haciendo en Australia?... Bueno no sé bien... un poco estoy
escapando de Maicol… estoy sufriendo por él.. lejos… porque de cerca me sería
imposible…
Ta bien… buen argumento… no tiene sentido… como la mayoría de tus
argumentos… pero no tengo ganas de discutir ahora. ¿Vas a estar bien?... Sí, no
te preocupes… Ok, andá a laburar mañana ¿eh? No te creas que no me di cuenta
que hoy casi te quedás… No nada que ver… Bueh bueh… dejémosla ahí.
Y Danielí fue a trabajar. Y siguió sólo en Sydney. Y siguió esperando
el comienzo de la historia que empieza cuando se acaba la anterior. Y esperó
con miedo de quedarse en el abismo entre una historia y la otra.
Proximamente un capítulo no bajonero!
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